SEO 1984
Cuando Google se Convierte en el Gran Hermano de tu Web
Imagina que construyes una casa. La diseñas a tu gusto: las ventanas donde quieres luz, las puertas donde prefieres entrar, los colores que te representan. Pero entonces llega un inspector y te dice: "No, esto no está bien. Si quieres que alguien encuentre tu casa, las ventanas tienen que estar aquí, las puertas allá, y el tejado debe ser azul, porque así lo dicen mis reglas". ¿Te suena absurdo? Bienvenido al mundo del SEO en 2025, donde tu web no es tuya, sino un peón en el tablero de Google.
Hablemos de algo concreto: las URLs multilingües. Si tienes un blog y una entrada como miweb.com/blog/una-entrada-cualquiera
, podrías pensar que esa URL representa tu contenido, independientemente del idioma. Español, inglés, francés: es la misma idea, solo traducida, y el idioma puede cambiarse con un clic o una variable interna. Lógico, limpio, tuyo. Pero no. Según las sagradas escrituras del SEO, eso es un pecado mortal. Cada idioma debe tener su propia URL —/es/
, /en/
, /fr/
— porque Google, el omnipotente comisario digital, necesita clasificar, indexar y decidir por ti qué le muestras al mundo. Si no lo haces, te castiga con la invisibilidad. ¿El delito? Tener una sola URL para "contenidos distintos". ¿La realidad? Es el mismo contenido, solo que en otra lengua. Pero en el universo orwelliano del SEO, la lógica no importa: importa el algoritmo.
Esto no es solo una cuestión técnica; es una cesión de poder. Cada vez que ajustamos nuestras webs para "gustarle" a Google, asumimos que ellos son quienes entregan el contenido al usuario, no nosotros. Nos convertimos en meros proveedores, engranajes de una maquinaria que decide qué es "correcto" y qué no. Las etiquetas hreflang, las estructuras de URL, las palabras clave: son cadenas disfrazadas de buenas prácticas. Y mientras las seguimos, Google llena sus arcas con nuestros datos y nuestro tráfico, riéndose desde su trono de Mountain View.
Pero, ¿y si no queremos jugar? ¿Y si una web no necesita ser un títere del Gran Hermano digital? Hoy, en 2025, internet no es solo Google. Hay canales de Telegram donde las URLs vuelan entre entusiastas, comunidades en Discord que devoran contenido sin pasar por un buscador, newsletters que llegan directo al correo. Hay vida más allá del PageRank. Si tus lectores te encuentran por estas vías —o porque alguien compartió tu enlace en un grupo de WhatsApp—, ¿qué importa si tu URL no baila al son de un crawler? Hacer las cosas bien, a tu manera, puede ser un acto de rebeldía contra un sistema que nos quiere uniformes, predecibles, obedientes.
No me malinterpreten: el SEO funciona. Si tu meta es conquistar las primeras posiciones de Google y vivir del tráfico orgánico, sigue sus reglas. Pero no todos queremos —ni necesitamos— eso. Una web puede ser un espacio propio, no una sucursal de Silicon Valley. Mantener una URL única para cada entrada, con el idioma como un detalle dinámico, no es un error técnico: es una declaración. Es decirle al mundo que tu contenido no existe para alimentar algoritmos, sino para conectar con personas. Y si Google no lo entiende, que se las arregle solo.
En 1984, Orwell nos advirtió sobre un mundo donde el control lo define todo. El SEO, en su forma más rígida, huele a lo mismo: un internet donde la libertad creativa se sacrifica en el altar de la indexación. Pero no tiene por qué ser así. Podemos construir webs que nos representen, no que representen a Google. Podemos elegir lectores sobre rankings. Podemos, en resumen, ser dueños de nuestras casas digitales, aunque el inspector no las encuentre en su mapa.