Las cautivas que fueron botín de Patroclo y Aquiles
por la puerta, afligidas, salieron lanzando gemidos
y rodearon a Aquiles magnánimo
y se golpearon con las manos el pecho
y sintieron vacíos los miembros.
Gimió Antíloco y se echó a llorar,
y en las manos tenía las de Aquiles,
pues su corazón generoso en suspiros se partía,
temiendo que el hierro su cuello cortara.
Exhaló un cruel gemido y lo oyó su augustísima madre,
que en el fondo del mar, junto al padre se hallaba sentada,
y al oírlo lloró.